El paso en falso del “criptogate”

Un tweet desafortunado de Javier Milei, promoviendo una criptomoneda, desató un escándalo de proporciones cuyas consecuencias políticas aún se desconocen. Un error que pone en evidencia los riesgos de que el Presidente, en algunos aspectos, funcione como un ciudadano común.

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Crisis. Desde hace unos días, en los medios y las redes de la Argentina no se habla de otra cosa que del “criptogate”. El viernes a la tarde, Milei no tuvo mejor idea que postear en X que $LIBRA, una nueva criptomoneda, se convertiría una maravilla destinada a “incentivar el crecimiento de la economía, fondeando pequeñas empresas y emprendimientos”. En minutos, la demanda de este activo se disparó y su precio pasó de US$ 0.25 a US$ 5.54. Por un momento, $LIBRA llegó a tener una capitalización de mercado de US$ 4500 millones. Con los números volando, los inversores iniciales, más rápidos que ya mismo, vendieron sus tenencias y se hicieron de ganancias millonarias. Sospechoso.

Cuando empezó a difundirse en las redes que se trataba de un fraude, Milei borró su primer posteo y, apurado, escribió otro: “Hace unas horas publiqué un tweet, como tantas otras infinitas veces, apoyando un supuesto emprendimiento privado del que obviamente no tengo vinculación alguna. No estaba interiorizado de los pormenores del proyecto y luego de haberme interiorizado decidí no seguir dándole difusión (por eso he borrado el tweet)”. Y remató, poético: “A las ratas inmundas de la casta política que quieren aprovechar esta situación para hacer daño les quiero decir que todos los días confirman lo rastreros que son los políticos, y aumentan nuestra convicción de sacarlos a patadas en el culo”.

El asunto, que ya evidencia consecuencias bursátiles, cambiarias, políticas, económicas y probablemente judiciales, admite un análisis político-comunicacional preliminar que presenta múltiples ángulos:

El contexto. Aunque en política no hay momento bueno para cometer errores, estos días parecían especialmente delicados: el Gobierno se había lanzado a batir el parche de la honestidad promoviendo la ley de ficha limpia en el Congreso y no era momento para levantar sospechas sobre trapos sucios propios. Es cierto que, aun sin el affaire de $LIBRA, en esta semana el Gobierno también se estaba autoinfringiendo el daño gratuito de la candidatura de Ariel Lijo para la Suprema Corte de Justicia. Era una de cal y una de arena. Ahora, es un alud de arena.

La explicación inicial. Desde Adán, el método clásico para explicar un error es buscar a otro a quien echarle la culpa. A Eva o, en última instancia, a la serpiente. En política, esto se exacerba: la casta, los especuladores, los conspiradores, los zurdos, los fachos, los malos. Siempre hay alguien. El Presidente, esta vez, prefirió romper esa regla y echarle la culpa a su propia ignorancia: “no estaba interiorizado”, dijo. Raro. Sobre todo porque era un tema relacionado con la economía, terreno en el que pisa firme. Una señal del tamaño del susto.

La segunda explicación. Pasados tres días, ya asesorado por abogados y comunicadores, emergió un segundo relato, esta vez en el contexto de una entrevista con Joni Viale: “soy un tecnooptimista”, dijo. Lo único que quería era mostrar una nueva posibilidad de conseguir financiamiento para la Argentina. Y más tarde, algo parecido a un tímido mea culpa: “Tengo algo que aprender”. En adelante, habrá más barreras y filtros para llegar él y a su hermana. El mensaje implícito: pecamos de ingenuos. Nada más.

La complejidad conceptual del problema. En un contexto inquietante, una buena para el Gobierno: el supuesto ilícito no es fácil de entender para doña Rosa. Una cosa es ver un video en el que aparece un funcionario acarreando bolsos llenos de dólares y otra muy distinta es dimensionar un posible fraude a través de criptomonedas. No es lo mismo ver plata de los contribuyentes convertida en estancias, yates y autos de lujo que imaginar la ventaja de una operación especulativa en el mundo del blockchain. Hay cosas que indignan y otras que solo confunden. Esta, al menos por ahora, parece ser de las segundas, sobre todo para el votante común.

Quiénes son los afectados. Otra vez, una a favor de Milei: no es lo mismo el robo de fondos públicos que termina en un hospital sin insumos o una ruta inacabada, con miles —o a veces millones— de perjudicados, que una operación financiera compleja con criptomonedas en la que los que pierden y los que sacan ventaja son un puñado de traders, la mayoría extranjeros. El ciudadano común puede sentir empatía cuando ve sufrir a otro como él. No se indigna fácilmente por una mala tarde de un criptotimbero.

Esto recién empieza. Poco a poco se irá develando si el apoyo popular al León sigue intacto, a pesar de este traspié, o si el “criptogate” lo lastima de alguna manera. Y una opción más, poco considerada en estos días: que salga fortalecido. Porque si se comprobara que, como en la crisis con las universidades o después del discurso de Davos, no le entran las balas, se afianzaría su fama de imbatible. Todo puede ser en este mundo, y más en la Argentina.

Ilustración: gentileza GM+AI

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Tres preguntas a Juan Soto Ivars. Es un escritor y periodista español, autor de varias novelas y ensayos. Es miembro del consejo asesor de la Fundéu desde 2017.

—En algún momento dijiste que la cultura woke es como una religión laica protestante… —Claro, el primer woke es Calvino. La cultura woke tiene que ver con el juicio público moral y cómo se lidia con el pecado. Antes, con la influencia de la Iglesia Católica, la reacción ante el pecado público era perpleja, risueña y distante. En cambio, el protestantismo es menos tolerante. Pero la culpa es de las cosas que peor entendemos. Me gusta el psicoanálisis porque piensa mucho sobre ella, no como algo venido de fuera, sino que forma la personalidad. Urge escribir un libro sobre la culpa y llevarla bien. Lo woke es casi todo sentimiento de culpa mal digerido, ¡y colectivo!: la vergüenza blanca, el colonialismo, los hombres... Se dan golpes en el pecho. Es una culpa que no es auténtica ni personal. La culpa de lo que hicieron nuestros abuelos resulta muy cómoda de llevar. Lo woke es la deformación grotesca de la piedad en el espejo de un alfilerazo comodón por las acciones de nuestros ancestros. La culpa está en el centro del debate actual y no es un invento de la Iglesia sino un hecho de la psique. Freud es una joya muy denostada en nuestro tiempo, pero hace un descubrimiento fundamental: la culpa original. Lo veo en mi hijo. ¡La culpa que siente un niño es tan formativa! Pero hay que gestionársela muy bien para que no se vuelva deformativa.

—¿Cómo es la culpa formativa?
—Una que se asume de manera natural. En cambio, la culpa deformativa, mal llevada, puede ser o bien comodona o bien asfixiante. La woke es lo primero: puro virtuosismo moral. La otra cara es el sentimiento nefasto que arroja a las personas a un estado de venganza e impotencia. Uno se hace daño, o hace daño a los otros, tratando de colocar en ellos esa culpa que lo oprime, a veces en secreto. Por eso en la educación de los niños, que solo puede llevarse a cabo con indulgencia y amor, se enseña que la culpa es manejable. Se le enseña al niño a asumir la culpa como algo que se puede arreglar, y por eso me gusta tanto la confesión de los católicos: es una vía muy válida para la liberación del peso, siempre que uno no termine utilizándola como lejía para limpiar la superficie. Dado que todos somos torpes, falibles y traicioneros, la relación con la culpa es uno de los mayores desafíos del que quiere estar bien. Y más vale entrenar eso desde la cuna.

—¿Cómo se puede ejercer la libertad que usted dice abanderar sin una moral, sin un ideal de bien?
—Combato la idea de la moral porque me parece muy próxima a los nacionalismos. Apelo a la ética, a los bienes particulares, a algo personal. Está muy maltrecho el universalismo, esa idea de que hay un bien universal. En lo woke tampoco se persiguen bienes universales —igualdad de derechos, integrarte en algo más grande que vos…—, sino que los demás se aparten de tu camino. Esta reivindicación emancipatoria de empoderamiento está unida a la soledad. Ni tus padres, ni tu pareja ni tus hijos pueden ser un impedimento para que hagas tu sueño realidad. Tené un perro y un gato, que no te exigen nada más que alimentación y encima te reciben contentos aunque seas un cabrón. La clave del auge del perro es que somos unos cabrones. Hitler quería mucho a su perro. El amor que esos pastores alemanes sentían por Hitler era tan genuino como el del perrete de cualquier imbécil que se haya desprovisto de los lazos fuertes, que son los lazos que te duelen.

Las tres preguntas a Juan Soto Ivars se tomaron de la entrevista publicada originalmente en la revista Nuestro Tiempo en noviembre de 2024. Para acceder a su versión original podés hacer click acá.

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Péndulo. Arturo Pérez-Reverte, que acierta un día sí y otro también, señala en un artículo imperdible que el extremismo reaccionario que se vive en algunos lugares de Occidente es consecuencia de dos décadas en las que “los apóstoles del mundo feliz paritario e igualitario, la izquierda de nueva generación, canceladora, facilona y woke”, predicaron con fanatismo su doctrina, y ahora no se hacen cargo de la responsabilidad que tienen sobre la polarización que generaron. Alguna enseñanza podría sacarse del modo, a veces intolerante y hasta violento, con el que se ganaron algunos derechos. Si no, no habremos avanzado como creíamos.

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Academia. Prácticamente en todo el mundo, el lobby es blanco de cuestionamientos por su frecuente falta de transparencia. El Parlamento Europeo intenta que los países miembros adopten regulaciones que les aporten legitimidad. Los Estados Unidos y Canadá son reconocidos como líderes en regulación de esta práctica. Los autores de este artículo analizan estos casos en detalle. Algo para aprender de ellos.

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Oportunidades laborales

Mazalán Comunicaciones abrió su búsqueda de Ejecutivo/a de Cuentas Sr de Comunicaciones Digitales.

Spazios inició su búsqueda de Gerente de Comunicaciones y Relaciones Públicas.


¡Hasta el próximo miércoles!

Juan.


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