El Papa de la periferia

La muerte de Francisco genera reacciones de pesar en todo el mundo. Fue un hombre que supo entender la sensibilidad de estos tiempos y comunicó su mensaje de manera efectiva no sólo con palabras, sino sobre todo con gestos.

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Sede vacante. Murió el argentino más relevante de la historia. Es improbable que estas tierras vean nacer en los próximos siglos a alguien con la trascendencia espiritual, social y política de Francisco. Su legado para la Iglesia Católica y toda la humanidad ya luce inmenso, aunque dentro de unos años recién estaremos en condiciones de valorarlo en su justa medida. Sólo por eso, nuestra generación ya tiene razones para sentirse privilegiada.

¿Qué tuvo de especial Francisco, entre los más de 200 Sumos Pontífices que tuvo la Iglesia a lo largo de su historia? Una simplificación extrema podría decir que fue el Papa de la periferia. No sólo por su origen —la Argentina está en los bordes del mundo—, sino porque puso toda su atención en los márgenes de la existencia humana: en los pobres, los enfermos, los deprimidos, los inmigrantes, los gays, los divorciados… Los que necesitan consuelo.

Ya está todo dicho sobre el Papa: su muerte generó una avalancha inmensa de reflexiones sobre su figura en redes sociales y medios de todo el mundo. Este texto sólo destaca algunas de sus cualidades como comunicador:

El nombre. Para la tradición judeocristiana, el nombre es mucho más que una palabra. Nombrar algo es conocerlo, incluso darle un destino: Jesús le cambia de nombre a Simón, que empieza a llamarse Pedro, la piedra sobre la que edificará su Iglesia. Jorge Bergoglio decide llamarse Francisco para explicar su propia misión: la de ocuparse de los pobres y devolverle sencillez y espiritualidad a la Iglesia. Simple.

El lenguaje. Llano, coloquial, cercano. Sin circunloquios. Aún en sus encíclicas y cartas apostólicas, se mantiene lejos de las disquisiciones teológicas y la erudición académica que solo valorarían los expertos. Conceptos claros, ejemplos sencillos, frases populares, incluso chistes. El modo en que se habla en los barrios.

Los gestos de austeridad. La misma cruz de plata que tenía cuando era arzobispo de Buenos Aires, los mismos zapatos negros con suela de goma. Su cuarto, en la residencia Santa Marta, no en el Palacio Apostólico. Y un auto normal, de ciudadano de clase media, para moverse por Roma. Vida más de párroco de un suburbio que de eclesiástico encumbrado. Suburbio.

Las costumbres. Llamadas por teléfono a amigos o incluso a desconocidos: “Soy Francisco, y no es broma”, tuvo que decir más de una vez. Mails, cartas de puño y letra. Selfies, videos breves tomados con un teléfono, saludos por un cumpleaños. Salidas a visitar a una familia, a pagar una cuenta en un negocio: un ser humano normal, sin excentricidades.

Los encuentros. Dispuesto a reunirse con todos, resultó incómodo para muchos por sus abrazos con dictadores de izquierda, poco afectos al respeto de los derechos humanos. Una interpretación posible: ir al encuentro del que yerra, con la intención de que se convierta y vuelva a la buena senda. En un mundo agrietado, polémico.

Así fue el Papa que acaba de morir: sencillo, auténtico, cercano. Pastor con olor a oveja, como le gustaba decir. Hasta dispuso que sus funerales fueran menos solemnes que los de sus antecesores. Y que sus restos no descansaran en la Basílica de San Pedro, como podría esperarse, sino en Santa María la Mayor (otra vez la periferia), al ras del piso, bajo una lápida simple con una sola palabra: Francisco. Sin proponérselo quizá, un Papa que entendía de comunicación. Y mucho.


Ilustración: gentileza GM+AI

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Tres preguntas a Steven Pinker. Es un psicólogo experimental, científico cognitivo, lingüista y escritor canadiense. Es profesor en el Harvard College y titular del “Johnstone Family Professorship” en el Departamento de Psicología de la Universidad de Harvard.

—Todos sus gráficos muestran que el mundo efectivamente progresa, pero cada día seguimos matándonos entre nosotros y sigue habiendo pobreza. —No hay razón para pensar que el universo tiene un interés benévolo hacia el bienestar humano. Por naturaleza, las cosas tienden a ir peor. Por muchas razones. Una es la ley de la Entropía: si lo dejas solo, todo se desordena y empeora. Otra es la evolución: la naturaleza es un sistema competitivo y otros organismos evolucionan constantemente para derrotarnos, y así tenemos las pandemias. Otra razón es la propia naturaleza humana: no evolucionamos para ser perfectamente racionales y cooperativos, tenemos muchos sesgos cognitivos. Razonamos desde la anécdota, no desde la evidencia, y siempre pensamos que tenemos razón. Así que la pregunta no es por qué el progreso no ha solucionado todos los problemas, sino cómo ha sido posible que haya habido progreso. Y eso sucedió porque los humanos, con todos nuestros sesgos cognitivos, tenemos raciocinio y hemos creado instituciones como las universidades, los gobiernos democráticos o el periodismo responsable para tratar de reducir errores y promover la verdad. El progreso es una batalla constante entre las fuerzas del desorden y la destrucción y la racionalidad y la empatía humana.

—Y luego está el entorno digital, cada vez más tóxico. ¿Se puede tener una conversación digital sana y preservar la libertad de expresión?
—Sí, requiere priorizar la libertad de expresión, pero también las instituciones de la verdad y la verificación. La mayoría de cosas que se dicen no son verdad, la verdad es rara. Solo se consigue mediante las instituciones, la ciencia, el periodismo, hasta Wikipedia, un proyecto colaborativo que tiene entre sus pilares la objetividad. Si no, si cada uno puede decir lo que quiera, no habrá un sitio donde haya verdad. Pero si reprimimos la expresión, si es el gobierno el que decide qué es lo correcto, también es falible. De mi experiencia en Twitter (ahora X) aprendí que es muy fácil movilizar a la turba. Hay una tendencia humana para encontrar chivos expiatorios y villanos. Los principios de la ciencia, la democracia y la justicia son muy poco intuitivos y es muy fácil para la gente no entenderlos. La única manera de solucionar los problemas es ser consciente de los peligros, los desastres, las injusticias y los sufrimientos. Pero al mismo tiempo, tendríamos que tener la confianza de que los problemas del pasado se solucionaron. Claro, las soluciones crean nuevos problemas, no existe la perfección ni la utopía, pero puede haber progreso. Y tenemos que ser conscientes de que las instituciones que han permitido el progreso son las que han solucionado los problemas en el pasado y pueden solucionar los del presente.

—¿Vivimos un tiempo del renacer de las utopías?
—Cada facción política tiene la suya, mira la derecha populista de Trump con su Make America Great Again. Yo me opongo completamente a la idea de que puede haber una utopía, porque las soluciones de compromiso son inevitables. Si buscás la utopía, inevitablemente vas a reprimir a la gente. Si crees que las cosas pueden ser infinitamente buenas para siempre, entonces quien no esté de acuerdo es el peor de los villanos, y vas a justificar su represión por tu visión de la perfección. Entender que la utopía es imposible, porque no puede haber perfección, es lo que permite que haya pluralismo, tolerancia y democracia. Algunas de las utopías han llevado a las peores atrocidades de la Historia, como la China maoísta o la Rusia soviética. En los Estados Unidos, el movimiento neoconservador cree que todo fue a peor con la Ilustración, y que hay que volver a normas más duras, a la Iglesia como proveedora de valores morales y estabilidad, y a comunidades más cerradas. Esas comunidades de las que la gente hace 100 años quería huir desesperada. El progreso es muy diferente de la utopía: progreso significa mejor, no perfecto. Porque es peligroso buscar la perfección.

Las tres preguntas a Steven Pinker se tomaron de una entrevista que le hizo Josep Catá Figuls, publicada originalmente en El País. Para acceder a la conversación completa podés hacer click acá.

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IA y consumo energético. La inteligencia artificial, que plantea oportunidades y amenazas para casi todas las profesiones, tiene un ángulo poco tenido en cuenta. Este artículo destaca que un estudio reciente de la Agencia Internacional de Energía confirmó que la demanda global de energía va a crecer a un ritmo acelerado en los próximos años, potenciada por la creación de data centers, que son el corazón de la inteligencia artificial. Preocupa que por ahora sólo el 50% de la energía consumida por estos centros de datos proviene de fuentes renovables. Una oportunidad para ingenieros, fuentes de financiamiento y policy makers.

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Academia. Carlos Álvarez Teijeiro tiene la costumbre de cuestionar lo consagrado, lo que se suponía que estaba bien. En este artículo, la siempre deseada productividad queda en entredicho y es la vulnerabilidad la que se lleva los elogios. Es “mucho más que una simple imperfección o carencia: se trata de una condición ontológica fundamental del ser humano” que, en la sociedad de la transparencia absoluta, no encuentra dónde refugiarse. “La vulnerabilidad —dice el autor— nos recuerda nuestra interdependencia fundamental, nuestra necesidad del otro. En la herida de lo vulnerable se abre la posibilidad de un encuentro auténtico, más allá de las relaciones instrumentales que dominan la sociedad del rendimiento”.

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Oportunidades laborales

Ogilvy abrió la búsqueda para la posición de Director de Cuentas.


¡Hasta el próximo miércoles!

Juan.


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