Jugar con lo sagrado

Una parodia del nacimiento de Jesús hecha por el canal de streaming Olga generó un fuerte rechazo entre muchos usuarios de X. Un caso que vuelve a plantear si todos los temas pueden ser objeto de burla.

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Polémica. En febrero de 2006, el periódico danés Jyllands-Posten publicó unas caricaturas de Mahoma que, como era de esperar, resultaron ofensivas para la comunidad musulmana. Casi nueve años más tarde, los editores de la revista francesa Charlie Hebdo —a pesar de autopercibirse de izquierda y, por eso mismo, defensores de las minorías discriminadas— creyeron que era buena idea reproducir esos dibujos. La reacción (brutal) no se hizo esperar: el 7 de enero de 2015, dos encapuchados yihadistas asesinaron a doce personas e hirieron gravemente a otras cuatro en la sede parisina de la revista. El mundo entero se horrorizó. Y con razón.

Más cerca en el tiempo, en julio de este año, en la inauguración de los Juegos Olímpicos de París (otra vez París), una parodia de la Última Cena de Jesús y sus discípulos, protagonizada por drag queens y otros personajes alusivos a la comunidad LGTBIQ+, resultó agraviante para la comunidad cristiana, que reaccionó con algunas quejas moderadas y rezos de desagravio. La semana pasada, ya en el ámbito del cabotaje, el canal de streaming Olga creyó oportuno ensayar una parodia del nacimiento de Jesús plagada de torpezas. La reacción fueron comentarios de repudio entre los usuarios de X y el desafío a que Migue Granados se haga el canchero con los musulmanes, a ver cómo le va. Del otro lado, silencio.

El episodio plantea un problema que admite varios ángulos de análisis. Algunos podrían ser:

Libertad de expresión. Eso tiene la democracia: que se puede decir todo. O casi. Se puede negar que Moisés haya recibido las Tablas de la Ley en el monte Sinaí, o que Jesús haya nacido de una virgen, o que Mahoma haya recibido el Corán directamente de Dios. Hasta puede haber burlas sobre eso. Pero parte del consenso social aún impide algunos debates, como la cantidad de desaparecidos en la última dictadura o los modos de referirnos a las personas trans, por ejemplo. Polémico. Quizá el tiempo modifique eso.

Tratamiento de lo sagrado. No todo lo que pensamos y creemos pesa lo mismo: nadie se enfrenta en una batalla para dirimir el enfrentamiento entre el Team Verano y el Team Invierno, pero a partir de ahí, las cosas se ponen más serias: veganos contra omnívoros, Boca contra River, progresistas contra conservadores. Casi todo admite debate, peleas y hasta burlas. Aunque quizá las creencias religiosas merezcan un tratamiento aparte: afectan a cuestiones identitarias profundas y tocan la intimidad de las conciencias. Reírse de ellas, para muchos, es entrar con los pies embarrados en el sancta sanctorum, lo más sagrado que cada uno tiene.

El valor de la concordia. Las sociedades plurales funcionan cuando acuerdan (y cumplen) ciertas reglas de convivencia: pensamos distinto pero no vamos a agredirnos; no nos gusta todo de los demás, pero vamos a buscar la manera de sobrellevarlo. Las buenas formas —los saludos, las reglas de urbanidad, evitar algunos temas ríspidos— insinúan una ética y una estética de la tolerancia. Las sociedades que las cultivan se vuelven más sabias: no gastan energía en conflictos evitables.

Igual que el caso de la Última Cena en los Juegos Olímpicos de París —ya analizada en otro número de Comms—, esta vez Olga agrede a un colectivo porque sí, a cuento de nada. Probablemente el episodio no deje más que algunos enojos que el tiempo luego irá diluyendo. O quizá el talentoso Migue Granados aprenda de sus errores y hasta sea capaz de pedir disculpas. Si lo hace, habría salido algo bueno de este traspié.

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Tres preguntas (esta vez cuatro) a Mike Lilla. Es un periodista y académico americano, especialista en historia de las ideas, profesor de Humanidades de la Universidad de Columbia.

—Afirmás que muchas veces el ser humano prefiere mantenerse en la ignorancia. ¿Por qué? —Aristóteles enseñó que todos los seres humanos quieren saber. Nuestra propia experiencia nos enseña que todos los seres humanos, a veces intensamente, también quieren no saber. Esto siempre ha sido cierto, pero hay ciertos periodos históricos en los que la negación de verdades evidentes parece ganar la partida, como si algún virus psicológico se propagara por medios desconocidos, y el antídoto fuera repentinamente impotente. Este es uno de esos períodos. Hoy, cada vez más personas rechazan el razonamiento como un juego de tontos que solo encubre las maquinaciones del poder. Otros piensan, en cambio, que tienen un acceso especial a la verdad que los exime de ser cuestionados. Las multitudes hipnotizadas siguen a profetas absurdos, los rumores irracionales desencadenan actos fanáticos y el pensamiento mágico desplaza al sentido común y a la experiencia. Y para colmo tenemos a los profetas de élite de la ignorancia, esos sabios despreciadores del saber que idealizan al “pueblo” y lo animan a resistirse a la duda y a construir murallas en torno a sus creencias fijas.

—¿Por qué ocurre esto?
—Porque buscar y tener conocimiento no es solo una búsqueda cognitiva; también es una experiencia emocional. El deseo de saber es exactamente eso, un deseo. Y siempre que nuestros deseos se ven satisfechos o frustrados, nuestros sentimientos se ven comprometidos. Dada la rapidez con que todo cambia en la vida actual, ¿no nos parece a menudo mejor dormirnos en nuestros laureles intelectuales y morales? ¿Para qué buscar la verdad si la verdad nos va a exigir el duro trabajo de replantearnos lo que ya sabemos? Del mismo modo que podemos desarrollar un amor a la verdad que nos remueva por dentro, también podemos desarrollar un odio a la verdad que nos llene de un apasionado sentido del propósito. Puede producirse un choque de emociones, en el que el deseo de defender nuestra ignorancia se alce como un poderoso adversario del deseo de escapar de ella.

—¿Esto es porque que consideramos nuestras opiniones como una extensión de nuestro ser?
—Así es. Cuando se las ataca o descarta, sentimos que se ha tocado algo íntimo. Y cuando se demuestra que nuestras opiniones son erróneas, nos sentimos avergonzados. Sócrates sostenía que no hay vergüenza en equivocarse, solo en hacer el mal. Tenía razón. Pero no es así como nos sentimos inicialmente, sobre todo cuando otra persona expone nuestros errores. Ningún argumento es incorpóreo. Detrás de cada afirmación hay un afirmador, y es él, no su afirmación, quien hiere nuestro orgullo. Por extraño que pueda parecer, los matemáticos y científicos que debaten sobre asuntos muy alejados de su vida cotidiana pueden ser tan dogmáticos y susceptibles como cualquier partidario político. Se ha descubierto una nueva partícula elemental: ¿Es un salto de gigante para la humanidad o un punto para nuestro bando?

—¿Cuál es la causa por la que a veces preferimos la ignorancia?
—En algún momento todos declinamos la oportunidad de descubrir cómo es algo en realidad. Renunciamos voluntariamente a la oportunidad de conocer la verdad sobre el mundo por miedo a que ponga al descubierto verdades sobre nosotros mismos, especialmente nuestra falta de valor para autoexaminarnos. Preferimos la ilusión de la autosuficiencia y abrazamos nuestra ignorancia por la única razón de que es nuestra. No importa que confiar en una opinión falsa sea la peor clase de dependencia. No importa que por terquedad dejemos pasar una oportunidad de ser felices. Preferimos hundirnos con el barco a que borren nuestros nombres de su casco. Así que, mientras sacudimos la cabeza ante aquellos encantados por charlatanes y demagogos, no nos eximamos. Todos queremos saber, y queremos no saber. Aceptamos la verdad y nos resistimos a ella. La mente va y viene, jugando al bádminton consigo misma. Pero no parece un juego. Parece como si nuestras vidas estuvieran en juego. Y así es. Las preguntas a Mike Lilla se tomaron del artículo publicado originalmente bajo el título “The Surprising Allure of Ignorance”, publicado originalmente por el New York Times. Para acceder a la nota original, podés hacer click acá.

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Liberalismo. El gobierno de Javier Milei, que acaba de cumplir un año, va demostrando resultados positivos en materia económica. Sin embargo, con alguna frecuencia recibe críticas por sus formas y el modo en que ejerce el poder. Este artículo de Gabriel Zanotti plantea que “el liberalismo es una ética del poder”: no sólo es una la teoría del poder limitado, sino la praxis del poder limitado. “El liberal no tiene enemigos, tiene adversarios. Se siente cómodo en la división de poderes y no le pasa nada si tiene al Congreso en contra y a la prensa en contra. Ve en ello la vida de la República y si por ello no puede mantenerse en el poder, lo pierde con toda naturalidad”. Interesante.

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Academia. A medida que aumenta la institucionalización, aumenta la dificultad para obtener información directa sobre hechos y personas: se multiplican las barreras y se crean relatos oficiales. Eso explica por qué los chismes crecen a medida que las sociedades se vuelven más institucionalizadas y sofisticadas. Este artículo muestra evidencia sobre estas afirmaciones y explora las consecuencias sociales de la proliferación excesiva de versiones oficiales de lo que sucede en el ámbito público y el privado. Una nueva reivindicación del chisme, esta vez desde la perspectiva académica.

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Oportunidades laborales

Boehringer Ingelheim abrió su búsqueda para la posición de Public & Government Affairs Manager Region South America.

Meta inició la búsqueda de Public Policy Manager, Spanish Speaking South America.


¡Hasta el próximo miércoles!

Juan.


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