La ira del León

Algunas actitudes del Presidente con periodistas que deslizaron algún comentario crítico sobre su gestión generan preocupación en ámbitos diversos. Ética y estética de un líder político de la post-pandemia que quizá requiera de nuevas categorías para su análisis.

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Cólera. La historia está plagada de paradojas. La de 2023 fue de antología: después de décadas de votar al más experimentado, al que parecía tener el mayor plafón político, al que había demostrado su pericia en cargos estatales anteriores, una crisis brutal empujó a la mayoría de los argentinos a preferir al outsider, al no-político, al inexperto, al indignado. En medio del incendio, más de la mitad de los votantes, hartos, echaron a patadas a los bomberos de toda la vida y le pidieron al que tenía más pinta de pirómano que se ocupara del fuego: “sólo un loco se va a animar a hacer lo que hay que hacer para arreglar el desastre”, dijeron. Y así llegó Milei a la presidencia.

Excepto algunas concesiones todavía inexplicables a la casta (lo del juez Lijo es el caso más paradigmático), el libertario viene haciendo básicamente lo que se esperaba de él: logró el superávit fiscal a fuerza de motosierra y licuadora, inició el camino de la baja de la inflación, impuso una política implacable de orden en las calles, se embanderó en una cruzada cultural anti-woke y se alineó con los Estados Unidos e Israel sin matices ni ambigüedades. Además, construyó poder siguiendo el manual clásico: sedujo a los aliados que pudo —los halcones del PRO, el ala derecha del radicalismo y parte del peronismo no-K— y confrontó, implacable, contra el resto. Nada que no se vislumbrara en la campaña.

La desmesura de sus enojos contra economistas, políticos, periodistas, cantantes y otros ciudadanos tampoco es nueva. El Milei panelista ya era así. Y también lo era el candidato. Sin embargo, con el León ya en la presidencia, el tema merece un análisis reposado:

El carácter. “Él, con su personalidad, reacciona de forma muy vehemente”, intentó exculparlo alguna vez Guillermo Francos cuando procuraba explicar el “ratas y traidores” que el Presidente endilgaba a ciertos diputados que no apoyaban la Ley Bases. Medio país, pensando que las demás opciones eran peores, votó por un señor que siempre mostró dificultades para controlar sus emociones. El combo incluía sus exabruptos. Y todos lo sabíamos.

La ideología. Uno de los grandes activos de Milei parece ser su coherencia. Por eso una parte de sus votantes espera que, a pesar de su carácter, sea liberal y se rija por la máxima del “respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo, basado en el principio de no agresión, en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad”, acuñado por Alberto Benegas Lynch (h). El liberalismo no es sólo una posición ideológica; es también un talante, una actitud: respeto, tolerancia, buenas maneras. Un tema, quizá, pendiente.

El indignado. Por otra parte, la explosividad de Milei ha sido, al menos hasta ahora, parte de su capital político. No sólo parece entender a los indignados: los encarna, es uno de ellos. Ante una crítica, cada vez que reacciona, colérico y sin medir las palabras, se hace presente en él el ciudadano de a pie que, lleno de ira, dice sin filtros lo que piensa de la casta maldita y sus cómplices. Es lo que una porción de sus votantes (los libertarios indignados, no los liberales clásicos), esperan de él. Y no los defrauda.

La opinión libre. Es sabido: el artículo 14 de la Constitución Nacional reconoce el derecho de toda persona —el Presidente no está excluido— a expresar sus ideas sin censura previa. Milei puede decir lo que piensa sobre quien sea, igual que los demás dan sus pareceres sobre él y sus actos o dichos. Y ambas partes pueden ser duras, incluso crueles. Y si se pasan de la raya injuriando o calumniando, unos y otros pueden ser denunciados ante la Justicia. No es amable, pero está dentro de las reglas del juego.

El poder. A pesar de todo, siempre se espera que un Presidente modere el ejercicio de su derecho a opinar para evitar un desbalance de poder. El de Milei, sin embargo, es un caso raro: la mayoría de sus descalificaciones a periodistas, políticos o economistas no las hace usando el aparato del Estado, sino a través de X, donde lo que cuenta es su popularidad, no el cargo. ¿Qué sería lo objetable? Que el Gobierno usara los medios del Estado o financiara trolls, influencers o periodistas para atacar a detractores. Y no hay pruebas de eso, al menos por ahora.

Las formas. Es en el tono, las palabras y los contextos donde un problema que inicialmente parece ético puede volverse sobre todo estético: en la mayoría de los casos, los apodos hirientes y la adjetivación hiperbólica son más un problema de mal gusto que una falta moral. El civismo (que comparte etimología con civilización) es también una cuestión de maneras. Pero los tiempos cambian: quizá lo que todavía consideramos formas correctas para un político, sean ya un anacronismo. Las urnas, con el tiempo, terminarán de confirmarlo.

El Presidente, como los profetas del Antiguo Testamento, cree que su misión tiene el aval de “las fuerzas del cielo”. Eso explica que se sienta legitimado para, lleno de santa ira, emprenderla contra quienes se le oponen. Pero no podemos fingir demencia: lo sabíamos. Sólo queda elevar una plegaria para que nos conduzca, como prometió, a la tierra prometida del liberalismo: ahí donde no sólo florecen el superávit fiscal y los impuestos bajos, sino también reina el “respeto irrestricto del proyecto de vida —y a las opiniones— del prójimo”. Amén.


Ilustración: gentileza GM+AI

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Tres preguntas a Marina Garcés. Es una filósofa y ensayista española. Fue profesora titular de Filosofía en la Universidad de Zaragoza por quince años, y hoy es profesora agregada en la Universidad Abierta de Cataluña, donde dirige el Máster de Filosofía para los retos contemporáneos.

—La amistad, según usted, tiene que ver con contar la vida, pero en ese contar también hay cosas que se omiten. ¿Cuánto secreto admite una amistad?
—Hay una idea de la amistad como espacio de sinceridad y transparencia, hay quien define a los amigos como aquellos a los que contaría todo, más que a su propia familia o a su entorno más cercano; esta es otra cosa que pongo en duda, no porque no pueda ser, sino por el hecho de que sea la condición indispensable para ser amigos. Pienso que la amistad tiene que ver con la percepción de un encanto, con algo que no encaja exactamente en las funciones sociales y las relaciones de pertenencia que nos inscriben en un determinado grupo social, pero eso no quiere decir que la verdadera amistad tenga como condición única el ser el repositorio o el lugar en el que se guardan nuestros secretos y verdades; la amistad también puede ser la aventura, inventarnos un yo distinto al que se guarda en lo más íntimo de lo doméstico, el descubrir otra cosa extraña de los demás y de nosotros mismos; también es una potencia de invención, la amistad no solo es revelación. Al darle en exclusiva la condición de revelación perdemos otras dimensiones, como la de inventar juntos un “nosotros”, que es lo que ocurre, para mí, en las relaciones de amistad.

—¿Cuánta verdad podemos soportar en una relación de amistad?
—Nietzsche diría que muy poca. Hay una expresión que hago mía que es la que nos dice que nos pongamos las mejores galas para el amigo, esta idea de que puede haber desnudez, descubrimiento de una verdad, pero la amistad es una invitación a la invención, a la creación, a eso mismo, a “vestir” en el mejor sentido, no en el del código social sino en tanto que regalo que hacemos a los otros. Todos hemos sentido esa sensación de querer ser interesante para el amigo, no de manera instrumental, sino por entregarle algo de nosotros que no se da por supuesto en lo que normalmente somos. Hay una excepcionalidad de la amistad que no estaría solo en la distorsión o alteración de la conciencia del enamoramiento sino en otro tipo de distorsión, la de ver lo mejor posible el mundo para dar un lugar a la amistad. Eso no necesariamente es la sinceridad opuesta al engaño, sino la ilusión opuesta a la banalidad o a la normalidad.

—Es decir que nos inventamos un yo para presentarnos ante los demás…
—Sí, pero la invención no es sinónimo de engaño, el engaño es otra cosa que se da en todo tipo de relaciones, para mal, el engaño tiene un propósito que busca un beneficio. La ilusión es otra cosa, es una potencia de desplazamiento de aquello que normalmente hay, de aquello que normalmente ya está reconocido, sabido y pautado. La amistad, en tanto que no está institucionalizada, que no parte de un código ni legislativo ni institucional, sino que se relaciona con las pautas y las normas sociales sin estar del todo fijada en ninguna de ellas, tiene este margen de aventura, no en el sentido romantizado, sino en el más literal, el de salir de los límites de lo establecido para crear su propio espacio, que quiere decir también desplazar los horizontes del mundo conocido. La amistad, además de sus códigos, su humor, sus rituales, la asunción de la normatividad social, crea su propio lenguaje. Sin embargo, es irónico que no haya palabras para los distintos grados de amistad, que tengamos que emplear la misma palabra, “amigo”, para el que lo es de verdad, el “amigo” de las redes, el que no lo es tanto…

Las tres preguntas a Marina Garcés se tomaron de la entrevista que le hizo Esther Peñas, publicada originalmente en Ethic. Para acceder a la conversación completa podés hacer click acá.

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Papas y medios. La muerte del papa Francisco sigue siendo motivo de análisis desde diversos ángulos. Este artículo estudia en detalle la presencia en redes y medios de los dos últimos pontífices: Benedicto XVI y Francisco. Entre los dos, suman 20 años de reinado en la Iglesia. En otro siglo, dos décadas no hubiera significado mucho pero ahora el cambio es enorme: antes de ellos, el mundo era distinto y la relación de las audiencias con los medios era otra. Las redes, ni siquiera existían. Un análisis interesante que da perspectiva sobre el modo en que la tecnología y los cambios sociales jugaron un papel clave en la historia reciente de la Iglesia.

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Academia. ¿Por qué los empleados dejan las organizaciones y cómo se pueden reducir los ratios de rotación? Esta investigación publicada en el European Journal of Business Management and Research muestra el rol que cumplen el estilo de liderazgo, el estrés laboral, el nivel de motivación, los salarios y otras variables en la permanencia de los empleados en las organizaciones. El paper también propone estrategias de management para aumentar la satisfacción laboral y la productividad en las empresas. La comunicación cumple un rol clave en estos esfuerzos.

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Oportunidades laborales

Unicoin inició la búsqueda de Director of Strategic Communications.

El ITBA abrió su búsqueda para la posición de Director de Marketing y Comunicación.


¡Hasta el próximo miércoles!

Juan.


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