Las fuerzas del cielo,
lanzadas a la batalla cultural

Además de poner en orden la macro, Javier Milei le da prioridad a iniciativas con valor simbólico. Sin miedo al conflicto, apuesta a la confrontación como estrategia de construcción política.

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Fuerza. Javier Milei llegó al gobierno personificando al “loco de la motosierra”. Hiperbólico e histriónico, hizo de la exageración un culto: en su boca, los progresistas se convirtieron en “zurdos de mierda” y los diputados afectos a gastar más de lo que ingresa devinieron en “degenerados fiscales”. El show tuvo como efecto que muchos ciudadanos concluyeran que tanto énfasis no podía ser impostado y que, aunque excéntrico, el economista era sin dudas sincero. Eso garpó: así llegó a Presidente.

Unos pocos votantes cerebrales de Milei comparten con él, quizá, los principios de la Escuela Austríaca. Una enorme mayoría exaltada, en cambio, no distingue a un liberal de un keynesiano. Acosados por la inflación y la inseguridad, e irritados por el encierro de la pandemia, le dieron su apoyo al outsider que no hablaba de indignación, sino que la encarnaba: era el chico maltratado que, después de décadas de bullying, se alzaba con el puño en alto y juraba venganza. Así ganó y así mantiene el apoyo popular.

Este panorama —que, como cualquier otro, es producto de una interpretación— explica algunas claves comunicacionales de lo que está cada vez más a la vista en estos tiempos:

Moral. Para quien abraza los valores de la izquierda, no poner todos los esfuerzos en asistir a los desfavorecidos es inmoral. Sin matices. Y para quien cree en el esfuerzo del individuo como único modo legítimo de progreso, el asistencialismo es una forma de robo. También sin matices. En su nivel más profundo, las diferencias son insalvables. Eso explica, en algunos casos, la imposibilidad de sentarse en una misma mesa.

Emocional. Los antropólogos, con el aporte de las neurociencias, conjeturan que nuestros ancestros más solidarios —los que tenían niveles más altos de oxitocina— son los que sobrevivieron. Algunos de sus descendientes experimentamos un intenso placer cuando nos sentimos buenos (porque ayudamos a los desfavorecidos, por ejemplo) y a otros nos pasa lo mismo cuando creemos tener razón (porque sabemos cómo se genera riqueza, por caso). Simplificado, los primeros son proclives a votar a la izquierda y los segundos a la derecha. Es la hormona, estúpido.

Retórica. No hay texto sin contexto. La cultura cívica de los años 80 o 90 del siglo pasado no admitía exabruptos: corrección y cortesía, aun entre adversarios. La creciente distancia moral y emocional entre contendientes, mas los cambios en las costumbres sociales, deslizó el lenguaje hacia formas menos elegantes: “Chorra”, “Gato” o “Loco” se volvieron adjetivos comunes. Hoy hay periodistas que insultan al Presidente, y el Presidente les devuelve la misma moneda. Si el otro es malo, y eso me enoja, cómo no agraviarlo.

Institucional. Un Gobierno pierde legitimidad cuando usa sus recursos para amedrentar a sus adversarios: espía con los servicios de inteligencia, acosa con los sabuesos de la AFIP, persigue usando a los jueces. Por eso las alarmas cuando Milei quiere cobrarles el IVA a los diarios. Antes de la era digital, también abusaba de su poder si un funcionario denostaba en público a un ciudadano común. Hoy eso se vuelve relativo: Leo Messi tiene 504 millones de seguidores en Instagram. Milei no llega a los 8. El poder no es lo que era.

La discordia es un fenómeno complejo: los prejuicios, el convencimiento de que el otro actúa movido por intereses inconfesables y los viejos agravios agrandan las grietas, incluso en países con democracias ejemplares. No hay antídotos perfectos pero, a veces, entender la lógica del fanatismo puede ayudar a desactivarlo.
Ilustración: gentileza de GM+AI

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Tres preguntas a Teo Peñarroja. Es un filósofo y periodista español, editor de la Revista Nuestro Tiempo, de la Universidad de Navarra. Además es colaborador de Alfa y Omega y de otros medios de España y América Latina.

—¿Cuál es el valor de los libros que llamamos clásicos?
—Me pasa con Los miserables lo que le pasó al adolescente que fui cuando le pusieron en las manos El lazarillo de Tormes: que el tiempo se dobla como una hoja de papel y te encuentras como comprendido por un amigo. Mi definición preferida de clásico: siempre contemporáneo. En un sentido fuerte, lo clásico resulta contemporáneo en la medida en que configura eso que llamamos la cultura, la cosmovisión o el zeitgeist del presente. Por eso me indigna cada vez con más furor contemplar a varias generaciones —incluyo la mía— desposeídas de un pasado que les (nos) pertenece. Los hijos de Freud han querido matar al padre, cortar todo vínculo —“cadenas”, susurran los muy perros— con el pasado. La revolución hoy es la de Telémaco: la verdadera grandeza de este siglo consistirá en reivindicar nuestro lugar en la Historia como hijos y herederos de una tradición.

—¿Cómo funciona el contexto —por ejemplo, la Ilustración— como marco para la lectura?
—Leyendo a Victor Hugo me asombro y lo admiro. Estoy por enmarcar las páginas en las que presenta por primera vez a un personaje, porque muestran no solo una destreza literaria inaudita, sino también una observación profunda de los caracteres de las almas. En esas decenas de descripciones, además, he notado un cierto patrón, un rumor de fondo, acaso un axioma. Hugo da por supuesto que la Ilustración traería al mundo vida interior para todos. El ideal ilustrado incluía no solo —ni principalmente— la expansión de los derechos. Se trataba de que los ciudadanos libres e iguales pudiesen dirigir su vida hacia el bien, lo que pasaba necesariamente por alguna clase de ascética, un esfuerzo individual por ser mejor persona.

—¿Qué te sugiere la tensión entre “ser uno mismo” y a la vez proponerse ser mejores?
—Las mil tramas de Los miserables responden a las preguntas que formula el autor al presentar al bueno de Jean Valjean: “¿No hay en toda alma humana [...] una primera chispa, un elemento divino, incorruptible en este mundo, inmortal en el otro, que el bien puede desarrollar, encender, purificar y hacer brillar esplendorosamente, y que el mal no puede nunca apagar?”. La pregunta es más una convicción; una esperanza. Sin embargo, hoy es difícil escuchar a alguien hablar en serio sobre lucha, esfuerzo, mejoramiento, si no es en un gimnasio o en una Big Four. La idea de un crecimiento moral, en cambio, suena hoy absurda. En una época que tiene por objetivo ser uno mismo, ¿quién se esforzará por ser mejor que sí mismo? A nadie le extrañan los programas para deportistas de élite, pero espantan como el diablo las propuestas para formar una aristocracia intelectual en la escuela. ¡Todos iguales!, dicen. Igualando para abajo, claro. Tremenda injusticia.

Las tres preguntas a Teo Peñarroja se tomaron del artículo titulado “La revolución de Telémaco, publicado originalmente en Nuestro Tiempo.
Para acceder a la nota completa podés hacer click acá.

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Post elecciones. Richard Edelman, el gurú de las PR, escribió una entrada a su blog poco después de conocerse el triunfo de Trump en las elecciones de los Estados Unidos. “The election was all about the economy”, resumía. Y agregaba que este es el momento en que los negocios pueden brillar, con empleos bien remunerados y productos asequibles que brinden una mejor calidad de vida. Que esta es una gran oportunidad para un liderazgo enfocado en resolver problemas que afectan directamente al negocio o la industria de cada uno, también haciendo lobby para generar marcos regulatorios más adecuados. Y un vaticinio: esto es lo que los empleados y clientes van a exigir. Es mejor escuchar con atención al viejo Richard.

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Academia. La venta B2B es siempre un desafío. Edelman hizo un estudio de opinión para entender el efecto del thought leadership —contenido que provee expertise, guía y un punto de vista diferenciado sobre un determinado tema— a través de plataformas como LinkedIn en las estrategias de venta de quienes venden productos o servicios a otras empresas, no a consumidores finales. El resultado es contundente. El thought leadership bien implementado aumenta las ventas significativamente. ¿Cómo se hace bien? Según el mismo reporte de Edelman, con datos duros como soporte, ayudando a entender a los lectores los desafíos de sus negocios, y proponiendo un curso de acción concreto.

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Oportunidades laborales

Visa mantiene abierta su búsqueda de Corporate Communications Manager.

Ecolab inició su búsqueda de Senior Communications Specialist.


¡Hasta el próximo miércoles!

Juan.


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